Aceleración social y del ritmo de vida.

Queridos lectores,

Uno de los rasgos más característicos de la modernidad, es la aceleración social y a su vez, la aceleración del ritmo de vida. Esto se debe a los cambios en las estructuras temporales, o más precisamente, la experiencia de la aceleración de la vida social. Según Beriain, “la aceleración del tiempo, entendida como incremento de la velocidad de desplazamiento de mensajes, personas y mercancías va a ser uno de los grandes factores condicionantes de la experiencia del hombre en la vida moderna” (2008). Este rasgo propio de la época surge como consecuencia de un modelo de producción capitalista que busca el máximo beneficio y rendimiento en el menor tiempo posible. El objetivo de este rendimiento consiste en realizar las acciones y procesos de la vida cotidiana disminuyendo el tiempo de consecución de estas, lo que debería derivar en un aumento del tiempo libre. Sin embargo, esta situación ocurre a la inversa, ya que la sociedad se encuentra angustiada y presionada por la escasez de tiempo.

‘’El tiempo es en sí mismo acelerado, es decir, nuestra historia, acorta los espacios de experiencia, les substrae su continuidad y trae consigo una y otra vez nuevos desconocidos, hasta tal punto que incluso lo presente se escapa a la complejidad de lo desconocido en la incapacidad de hacer experiencia de él.’’ (Koselleck, 1979)

Una de las frases que más escuchamos, y que más decimos, es la tan conocida ‘’no tengo tiempo’’ (Moruno, 2018) . Intentamos minimizar en todo lo posible el tiempo que empleamos en cada acción, para de este modo, dedicar el tiempo sobrante a realizar otra acción. Si realizamos una acción el doble de rápido, estaremos empleando la mitad del tiempo que conllevaría su consecución a un ritmo normal. Poniendo en práctica esta economización del tiempo, podemos duplicar las acciones que llevamos a cabo en nuestra vida, lo que nos lleva a pensar que estamos aprovechando más las oportunidades. Sin embargo, esta aceleración que permite un ahorro de tiempo y en teoría, un mayor disfrute de las oportunidades, también permite que el número de opciones aumente, haciendo que sea imposible la consecución de las ilimitadas posibilidades que querríamos agotar, dando paso al fenómeno cultural del zapping. ‘’La vida cotidiana se ha transformado en un sofocante mar de demandas’’. (Gergen, 2006)


Hartmut Rosa, en su libro Alienación y aceleración. Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía, comprende que el ciclo de la aceleración se retroalimenta a partir de tres variables: la aceleración tecnológica, la aceleración del cambio social y la aceleración del ritmo de vida. Como consecuencia, ‘’la sociedad se siente presionada a mantener el ritmo de la velocidad del cambio que experimenta en su mundo social y tecnológico para evitar la pérdida de opciones y conexiones’’ (Rosa, 2012).  

Dado que los cambios en la sociedad son constantes, la dificultad para diferenciar cuál será la opción que entre la multitud de oportunidades que se nos plantean, será la más valiosa o acertada, es cada vez mayor, y por tanto, también lo es la indecisión. Esto tiene como consecuencia que, para aprovechar el mayor número de oportunidades, los individuos tratarán de abarcar más en menos tiempo, aumentando de este modo el ritmo de vida. Al ser más complicado centrarse en una única opción que además, no se sabe si será la acertada, se tiende a dividir el tiempo para realizar ambas opciones. Nos encontramos con una sociedad en la que los individuos no son capaces de concentrarse en un único aspecto, porque sin haber acabado una primera opción ya están planteando la siguiente. Se trata de una aceleración del momento presente para anticiparse al futuro, sin darnos cuenta de lo paradójico que es intentar atrapar un futuro del que no hay certeza.


Lo cierto, es que vivir constantemente en un tiempo futuro, no solo no nos genera una ventaja competitiva ante la incertidumbre, ya que por mucho que intentemos anticiparnos, nunca podremos acertar el futuro, sino que además no nos permite disfrutar un presente que se nos está escapando. Perdemos el presente como consecuencia de la aceleración, ya que el ritmo de vida es uno de los aspectos más relevantes y que más condicionan nuestro comportamiento.

De alguna manera, esa anticipación a los hechos viene determinada por una necesidad de tomar la mejor decisión posible, y de esta manera no perder el tiempo futuro en decisiones erróneas. Sin embargo, para ello estamos sacrificando un momento que ya ha llegado y del que sí estamos teniendo certezas. Se busca todo el tiempo la perfección, sin tener en cuenta que esta no existe. Tal y como afirma Bauman, “gracias a la monotonía y a la regularidad de patrones de conducta recomendados, inculcados y compulsivos, los humanos saben cómo actuar en la mayoría de los casos y rara vez enfrentan una situación que no esté señalizada, en la que deben tomar decisiones bajo la propia responsabilidad sin el tranquilizador conocimiento previo de sus consecuencias” (2002)

La aceleración del ritmo de vida se ha aceptado como un rasgo más asociado al día a día, no se cuestionan sus consecuencias, ni se intenta amoldar a nuestras necesidades o intereses. De esta manera hemos normalizado una rutina que nos va devorando lentamente, y que en su beneficio, cada vez va en aumento. Para librarnos de esta alienación en la que estamos inmersos, y escapar hacia a un estado de resonancia, tenemos que ser capaces de conectarnos con nuestra conciencia. Al prestar más atención a nosotros mismos y nuestras necesidades, tendremos menos dificultades en la toma de decisiones y la aceptación de responsabilidades. También conlleva muchos otros beneficios, como un mayor disfrute del momento presente, y por tanto de las experiencias, un mayor estado de relajación, emociones positivas, exaltación de la creatividad... En el momento en que conseguimos alejarnos de un ritmo de vida social acelerado, y que desconectamos del mundo, nos reencontramos con nosotros mismos.

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